Este pasado jueves 14 de octubre inauguramos en la Bibliosabinamora "Los jueves leemos". Se está convirtiendo en tradición que Anabel inaugure esta actividad cada año leyendo un texto escrito por ella misma. Aquí os dejamos con la lectura que realizó:
Contradicción.
Miraba al techo de su habitación vacía, tumbado en la cama. En su mano, un bolígrafo casi gastado y una hoja de papel arrugada en la que había depositado toda su ira para sacarla algún día, quizá más adelante. Su mente era un cúmulo de pensamientos cargados de odio, rabia y desdén. La daga de los celos lo llevaba acariciando desde hace tiempo, pero jamás pensó que lo llegaría a atravesar de ese modo. Notaba su alma muerta, se sentía como una marioneta. Ella se había llevado todo el aliento que necesitaba para vivir, por ella él dio su vida, la cual perdió aquella noche. Al pensar en eso no pudo evitar que una lágrima brotase de sus ojos. Otra más, al fin y al cabo. Giró la cabeza hacia la ventana que había a su derecha: los pájaros aún cantaban alegres pese al cielo gris que anunciaba tormenta, y el viento hacía rugir las copas de los árboles que azotaban con fiereza la ventana de su habitación. Se levantó de la cama y abrió la ventana, asomándose a ella para notar la fría brisa en su cara. Pero al mirar el horizonte sintió cómo su cuerpo se paralizaba. Sintió que la daga que había hecho de él un muñeco de trapo volvía a clavársele en lo más profundo de su corazón, removiéndole todas las entrañas hasta el punto de notarse vacío, sin vida. Estrujó la hoja de papel que aún seguía en su mano mientras contemplaba aquella escena. Abrazados, caminando por el césped húmedo, alguien le ponía su chaqueta encima al motivo de su existencia. No pudo evitar contemplarlos mientras paseaban, riendo y hablando animadamente. Quiso saltar por su ventana. Su corazón dejó de latir hace tiempo, no tenía miedo a nada. Sabía a lo que se enfrentaba si lo hacía, pero ya no le importaba. Sólo quería que ella supiera lo que había causado, quería que se arrepintiese por haberle arruinado la vida de ese modo. Abatido, enfurecido, volvió a bajar la vista hacia la hoja de papel que tenía en su temblorosa mano. La apretó en su puño, como si la intentase disolver. Al rato la desdobló y releyó lo que había escrito días antes. Su letra, empapada en lágrimas, resultaba un tanto ilegible. Saltaba a la vista que la furia embargaba su corazón en el momento de plasmar sus sentimientos en el papel. Comenzó para sí mismo la lectura. Cada palabra, cada coma, cada punto era para él una aguja más hincándose en su alma.
Miraba al techo de su habitación vacía, tumbado en la cama. En su mano, un bolígrafo casi gastado y una hoja de papel arrugada en la que había depositado toda su ira para sacarla algún día, quizá más adelante. Su mente era un cúmulo de pensamientos cargados de odio, rabia y desdén. La daga de los celos lo llevaba acariciando desde hace tiempo, pero jamás pensó que lo llegaría a atravesar de ese modo. Notaba su alma muerta, se sentía como una marioneta. Ella se había llevado todo el aliento que necesitaba para vivir, por ella él dio su vida, la cual perdió aquella noche. Al pensar en eso no pudo evitar que una lágrima brotase de sus ojos. Otra más, al fin y al cabo. Giró la cabeza hacia la ventana que había a su derecha: los pájaros aún cantaban alegres pese al cielo gris que anunciaba tormenta, y el viento hacía rugir las copas de los árboles que azotaban con fiereza la ventana de su habitación. Se levantó de la cama y abrió la ventana, asomándose a ella para notar la fría brisa en su cara. Pero al mirar el horizonte sintió cómo su cuerpo se paralizaba. Sintió que la daga que había hecho de él un muñeco de trapo volvía a clavársele en lo más profundo de su corazón, removiéndole todas las entrañas hasta el punto de notarse vacío, sin vida. Estrujó la hoja de papel que aún seguía en su mano mientras contemplaba aquella escena. Abrazados, caminando por el césped húmedo, alguien le ponía su chaqueta encima al motivo de su existencia. No pudo evitar contemplarlos mientras paseaban, riendo y hablando animadamente. Quiso saltar por su ventana. Su corazón dejó de latir hace tiempo, no tenía miedo a nada. Sabía a lo que se enfrentaba si lo hacía, pero ya no le importaba. Sólo quería que ella supiera lo que había causado, quería que se arrepintiese por haberle arruinado la vida de ese modo. Abatido, enfurecido, volvió a bajar la vista hacia la hoja de papel que tenía en su temblorosa mano. La apretó en su puño, como si la intentase disolver. Al rato la desdobló y releyó lo que había escrito días antes. Su letra, empapada en lágrimas, resultaba un tanto ilegible. Saltaba a la vista que la furia embargaba su corazón en el momento de plasmar sus sentimientos en el papel. Comenzó para sí mismo la lectura. Cada palabra, cada coma, cada punto era para él una aguja más hincándose en su alma.
“Recuerdo la soledad, amarga e incesante penetrando en mi corazón y rompiéndome en mil pedazos desde dentro. Noto como la oscuridad se cierne sobre mí y me embriaga. No escucho, no veo, y tampoco siento. Recuerdo lo imbécil que era cuando te creí, pero siempre tuve una pequeña duda. Y no me equivocaba. Tantas cosas me hiciste creer, tantas palabras me susurrabas… pero al fin y al cabo eran solo eso, palabras. Hoy me di cuenta de que ya no valgo nada para ti. Siento dolor y rabia pero, ¿sabes?, aún te amo. Eternamente te amaré.
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