Hay autores que creen que
la literatura es un mero entretenimiento, una ocupación propia de aquellos a
quienes les gusta escribir frases bonitas para matar el tiempo. Pero el
escritor uruguayo Eduardo Galeano nunca fue de esos. Él siempre creyó que los
libros tienen que dar voz a los hombres y mujeres del pueblo; esos hombres y
mujeres que nunca son protagonistas y que, en los libros de historia y en las
noticias desempeñan, invariablemente, el papel de víctimas; esos hombres y
mujeres a los que nunca les alcanza con su varita mágica ni la libertad, ni la
igualdad, ni la justicia; esos hombres y mujeres que guardan dentro de sí un
saber milenario, extraído de la experiencia y el dolor humanos, según el cual
es posible vivir sin riquezas, pero no sin esperanza ni sentido de la belleza.
Es probable que, por todo esto, Eduardo Galeano nunca sea considerado un autor
clásico, ni sus libros se conviertan en éxitos de ventas… Pero, a decir verdad, estoy segura de que
esto a él le importaba un carajo. En cambio, tengo la certeza de que sus libros
no han necesitado ni necesitan de campañas publicitarias para ser leídos. De
hecho, El libro de los abrazos me lo
recomendó un día un amigo. Desde entonces, yo se lo he recomendado a otros
amigos míos, y éstos, a su vez, a otros… Y es que están los libros que anuncian
la televisión y la prensa y los libros que los amigos te recomiendan.
Como prueba de mi amistad os dejo este relato ilustrado
contenido en El libro de los abrazos:
Natalia Izquierdo, profesora de Lengua y Literatura
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